A mi hermano, a mis primos y a Juan Pablo,
a los grandes amigos que hicimos en la plaza México,
a Jorge y los Hermanos López Tellez,
a mi querido Pana (artista mexicanísimo por excelencia, que supo plasmar en su arte la alegría, el gozo, el amor, la tristeza, el sufrimiento, la magia y las contradicciones del mexicano)
y al gran Pelé.
Durante poco más de diez años acudí con regularidad a la Plaza México. Vivo en Monterrey, pero mi hermano, mis primos y yo, solíamos tomar un vuelo el sábado de Monterrey a Ciudad de México y volvíamos el lunes por la mañana, excepto en las corridas de aniversario; en éstas, nos asegurábamos de estar todos los primos que pudiéramos y acudíamos a las dos o tres corridas que se organizaran. Sólo había que llevar ropa, cámara y Glorias de Linares.
La tradición de los primos comenzó en 2007, cuando uno de ellos acudió a una corrida en la plaza México y conoció a un extraordinario personaje lleno de alegría y amor que responde al nombre de Pelé.
Esta galería es un recuento de nuestra faena en los días de fiesta. Las fotografías fueron tomadas en un lapso de 10 años y están organizadas en la secuencia de nuestra agenda, que se describe a continuación.
Solíamos llegar a dormir a casa de un querido amigo (Juan Pablo) quien también aparece en una que otra fotografía, o a un hotel cercano a la plaza. En casa de Juan Pablo, el sábado en la noche era de cerveza, tequila y Juncal.
El Domingo comenzaba llegando a la plaza aproximadamente a las 9 am. Desayunábamos en un restaurant / bar llamado la Cigala que está sobre la calle A. Balderas, junto con los comensales que estaban terminando la fiesta de la noche anterior.
Jorge González, dueño de la Cigala, y los hermanos López Téllez (extraordinarias personas de inigualable alegría y sonrisa, y además cocineros y empleados del lugar), nos hicieron sentir como en casa desde la primera vez que fuimos. Tan pronto nos asomábamos a la Cigala los domingos en la mañana, los hermanos López Téllez ya me estaban preguntando por las Glorias de Linares que les llevaba. Pasando la cuarentena les llevaré más; ¡prometido!
Recuerdo la emoción de llegar a la plaza y caminar sus calles; escuchar las voces alegres de la gente organizándose, el golpeteo de las estructuras de fierro sobre el pavimento, el rítmico oleaje de las escobas limpiando el área en dónde se montarían estructuras de puestos de comida, de carteles, de llaveros o pegatinas, o de libros o DVDs taurinos. Recuerdo los olores, los colores, la música, las imágenes cautivadoras, y la diversidad de personajes que sólo puede ofrecer la familia taurina mexicana.
Después de desayunar, dábamos un paseo que consistía en una o dos vueltas a la plaza, de la calle A. Balderas en dirección A. Rodin, pasando por la entrada de la plaza camino a la esquina con Ávila Camacho y después hacia Carolina, para llegar nuevamente a A. Balderas. Al llegar nuevamente a la Cigala, no era extraño ver al inigualable Pana desayunando en la birria de a un lado de la Cigala. Solíamos encontrarnos con cualquier cantidad de amigos y conocidos en los puestos de comida y parafernalia taurina.
A eso de las 11 am, hacíamos fila en la entrada de la plaza para entrar a ver los toros en los corrales y ver el silencioso y ceremonioso sorteo. La rampa a los túneles No. 1 de Sombra y No. 2 y No. 3 de Sol, durante el sorteo, es el punto de reunión de grandes amigos y aficionados.
Terminando el sorteo, había que acudir a la oficina de la empresa, porque Pelé ya habría gestionado que me firmaran el boleto con la autorización de la empresa para poder introducir mi cámara a la hora de la corrida. Esto funcionaba en todas las corridas, excepto las de José Tomás.
Aproximadamente a la 1 pm volvíamos a la Cigala a tomar micheladas cubanas, tequila y comer mariscos con Jorge y los chicos de la Cigala; valla que sabían cómo hacer ambiente; era un espectáculo pasar unas horas con ellos.
A eso de las 3 de la tarde comenzábamos a levantarnos para entrar a la plaza. Recuerdo la tristeza que me provocaba levantarme de la mesa de la Cigala para entrar a la plaza; se acercaba el final de la fiesta que había comenzado desde que tomé el taxi al aeropuerto de Monterrey.
Entrábamos a la plaza y nos sentábamos en lo que Pelé hubiere conseguido; en ocasiones barreras de sombra, en ocasiones de sol, a veces primer o segundo tendido y a veces sol general, pero todas las vivíamos como si fuesen los mejores lugares de la tarde.
Al terminar la corrida, salíamos con la multitud hacia la calle y nos íbamos directo al Salón de Eventos el Ruedo; cómo olvidar al grupo tocando Islas Canarias. Ahí, continuaríamos por un par de horas disfrutando de la música, de los amigos de esa tarde, de los amigos de corridas anteriores y del baile.
Si aún teníamos hambre y energía, terminábamos de madrugada cenando en el Cambalache o en el Au Pied de Cochón, y si corríamos con suerte, nos encontrábamos a Rafael Herrerías o a Heriberto Murrieta cenando con algún torero y terminábamos juntando mesas, como sucedió con Ruiz Manuel, Morante de la Puebla, Eulalio López "Zotoluco" y muchos otros más. Ahí terminaba la noche (casi siempre), porque había que tomar un vuelo de regreso a Monterrey la mañana siguiente.
Hay algunas fotografías tomadas en el callejón, porque en febrero de 2010, mi primo y yo tuvimos el honor de apoderar a Ruiz Manuel en la corrida del 28 de febrero de 2010.
Todas las fotografías fueron tomadas por mí (salvo aquellas en las que aparezco), con una cámara de rollo (Leica M3) y con cámaras digitales (Panasonic LX-3; Fuji X100S; Canon 20D y 5D y Sony A7R con lentes Leica).
Si apareces en estas fotografías, agradecería mucho me escribieras para decirme si me autorizas utilizar la imagen. En caso de que no me autorices, cuenta con que la quitaré inmediatamente. Pero si me lo autorizas, te agradeceré me mandes tus datos y un comentario, pues me encantaría incluirlo en la galería.
Alfredo Gómez Pérez
junio de 2020